La artillería naval es el conjunto de armas de guerra de un buque pensadas para disparar a largas distancias empleando una carga explosiva impulsora.
DE LA PARTE QUE TIENE EN LOS EFECTOS DE LA PÓLVORA CADA UNO DE LOS TRES SIMPLES QUE LA COMPONEN, Y RESULTAS DE SUPRIMIR ALGUNO O REEMPLAZARLOS CON OTROS.
Fabricada ya la pólvora, y descritas en sus correspondientes artículos por separado las propiedades de cada uno de sus tres ingredientes, podemos reflexionar con algún fundamento acerca del particular servicio que cada uno presta en el modo de obrar del todo de la mixtión.
Esto consiste en que aplicando a la pólvora una ascua ardiendo, un carbón encendido u otro cuerpo combustible que tenga el fuego en movimiento, la pólvora se convierte repentinamente en llama, detona y se dilata igualmente en todos sentidos, pasando a ocupar un espacio prodigiosamente mayor que el primitivo, e impidiendo por lo mismo en todas direcciones cuantos cuerpos u obstáculos se le ponen por delante.
En consecuencia el azufre por su propiedad, habrá tomado la llama; el carbón a quien el azufre la comunica, la mantendrá con vigor; y ambos cuerpos combustibles puestos en movimiento ígneo y en contacto con el salitre, serán la causa que este se inflame, detone y se dilate en todos sentidos.
Del servicio que presta cada uno de los tres ingredientes para los efectos de la pólvora, debemos concluir que, hallándose cualesquiera otras sustancias capaces por si solas o en unión con otras de prestarnos iguales servicios, podemos reemplazar con ellas los simples que componen la pólvora de que hacemos uso, o bien limitar el número de los cuerpos que entran en su composición, reduciéndolo a dos y acaso a uno solo.
En cuanto a esto último podría pensarse que, sin carbón y con solos azufre y salitre, produciría la pólvora los mismos efectos. Porque consistiendo su fuerza de dilatación del salitre, y siendo el azufre causa de su propia inflamación, parece que está de más el otro cuerpo combustible. No obstante, como la llama del azufre, es tenue, se apagaría al impulso del fluido elástico producido por una diminuta cantidad de salitre, y quedaría el mixto sin efecto alguno. Menor inconveniente resultaría de formar la pólvora sin azufre, y con solo salitre y carbón. Pero también, en este caso, la menos disposición que tiene el carbón para tomar la llama haría más lenta y tarda la inflamación del salitre, malogrando la circunstancia de lo instantáneo de su dilatación, que es en lo que principalmente consiste la bondad de la pólvora.
Respecto al salitre debemos tener presente que según Mr. Amontons, Dulak y otros, la llama de la pólvora se dilata en cuatro o cinco mil veces su volumen; la fuerza de expansión del ácido nítrico de la pólvora es a la del aire en su estado natural 9.215 veces mayor o más elástico que la del aire natural. En cuanto a la dilatación y fuerza del agua, reducida a vapor por la acción del fuego, sabemos que es 14.000 veces su volumen considerado en el estado natural de hielo; y así las sales u otras sustancias acuosas, capaces de una inflamación, podrían reemplazar al salitre con ventaja.
Los adelantamientos de la química presentarán nuevos medios para perfeccionar la pólvora actual. El oro, preferible a los demás metales destinados a servirnos de monedas por su ductilidad y demás caracteres, a que los otros nunca pueden alcanzar, al paso que ya ocupa un lugar distinguido en la medicina para el uso de las fricciones, y reemplaza al mercurio en su aplicación para varias enfermedades, proporciona la formación de una pólvora de efectos portentosos.
Uno de los resultados de mayor pasmo que nos presentan las operaciones químicas, dice el abate Richard de su Historia natural del aire y de los meteoros, es la fulminación del oro, su explosión es de las más violentas que se conocen, un calor mediano basta para ponerla en acción, procediendo una pequeña llama azulada a la detonación y explosión. Un regular roce o frotamiento causa los mismos efectos que el calor. M. Facio, joven químico, al cerrar dentro de un frasquito de cristal un poco de oro fulminante, apretó con algún esfuerzo el tapón, cuyo roce bastó para producir la fulminación del oro, arrojando a Facio a algunos pasos de distancia, y dejándolo ciego.
Otras experiencias acreditan que el oro calcinado con el agua fuerte, sal amoniaco y aceite de tártaro precipitado, acercándole un juego mediano se inflama con una detonación pasmosa. Una pequeña cantidad de esta cal de oro excede, en el estrépito y demás efectos, a todos los que puede producir la pólvora de cañón de mejor calidad. Una sola diferencia, pero muy notable, advierte Richard en el obrar de ambas pólvoras, y consiste en que la pólvora de Artillería se dilata y hace esfuerzo en todos sentidos, al paso que el oro fulminante limita, o a lo menos efectúa más sus esfuerzos, en el sentido o dirección vertical de arriba para abajo.
En confirmación de lo dicho en este articulo, en el Compendio de Artillería, armas y municiones de Odriozola ya citado, además de la pólvora común hay otras inflamables con solo el calor producido por el rozamiento o el choque, de que algunos cazadores han hecho uso, y se denominan pólvoras fulminantes, pero los riesgos de su uso no la hacen admisible para el servicio. El mismo autor sigue diciendo, que para dar mayor fuerza e inflamabilidad a la pólvora común, convendría, según algunos, agregar a sus tres ingredientes algún otro, y en especial el colorato de potasa pulverizado, que es fulminante por solo el choque, ya en amalgama con ellos, ya mezclándole con la pólvora en seco al cargar las minas y piezas de Artillería, sin ejercer entonces presión alguna sobre la carga. Pero no se ha hecho aun en esta parte novedad para el uso de la guerra, y ciertamente atemoriza el gran peligro de accidentes funestos que podrían sobrevenir, en el manejo de una composición tan detonante, cuando apenas bastan precauciones contra la misma pólvora ordinaria, a pesar de no inflamarse sino por medio de un fuego activo.